Si algo ha demostrado la brutal crisis económica que nos ocupa – a parte de que nuestros bancos y nuestros políticos son un atajo de incompetentes y sinvergüenzas – es que los modelos de gestión pública que tenemos, no funcionan como deberían. Esto queda patente, ahora que la crisis está destapando todos esos despilfarros que se hicieron en su día y ahora que, como nos están recortando hasta el aire que respiramos, los ciudadanos-as miramos con lupa cada euro que se invierten en la gestión púbica.
Esto lejos de interpretarse – como hace nuestro querido gobierno y un amplio sector de la sociedad – por una apuesta por la gestión privada como alternativa- que recordemos tiene una única finalidad contrapuesta a la pública, hacer dinero – debería interpretarse como la necesidad de investigar sobre cómo optimizar estos modelos de gestión de forma que mejorara significativamente, la manera en la que se gastan los presupuestos públicos.
Uno de los pilares que tienen estos modelos de gestión pública y que habría que erradicar es el “café para todos” como idea de igualdad. Este concepto se ve claramente cuando en cualquier estamento de la gestión pública, por ejemplo, hay que comprar materiales: Que hacen falta tablets para nuestros políticos, pues se compra una para cada uno-a, independientemente de que
algunos los vayan a usar “hasta quemarlos” y de que otros acaben dejándoselo a su hijo-a para jugar al Angry Birds. Lo dicho, café para todos como idea de igualdad. Por aquello del agravio comparativo, queda políticamente mal, decidir a quién dotaremos de recursos bajo el criterio del uso que vaya a darle a los mismos. Estaríamos siendo injustos.
El café para todos como idea de igualdad, está basado en la creencia popular de que ofrecer a todos-as la misma posibilidad, el mismo procedimiento, etc. es igual a justicia. Cuando en realidad, suele ser la forma más injusta de todas de repartir justicia. Esto se ve claramente en muchos ejemplos cotidianos:
- No es lo mismo para mi, que cobro 1000€ al mes, pagar 100€ de multa por exceso de velocidad que para un jugador del Real Madrid.
- No es lo mismo para mi, recurrir al tribunal supremo -gracias desde aquí Sr. Gallardón, muy justo usted- que para el Sr. Botín.
- Tampoco es lo mismo para mí, pagar 1€ por receta que para mi abuela que tiene una triste pensión y que consume medicamentos al mismo ritmo que yo tabaco.
- Por supuesto, ni de lejos es lo mismo para mi, ir a Urgencias de un hospital que para un inmigrante (me refiero a los inmigrantes ilegales, ya sabéis esos que son tan malos. No a los-as alemanes-as de la costa del sol que están establecidos en grupos de chalets y que aprovechan que están aquí para operarse. Esos ni son inmigrantes, ni ilegales)
- Ni siquiera es lo mismo para mí, tener un problema con hacienda y tener que recurrir a asesores-as fiscales, abogados, etc. que para una gran empresa o una gran fortuna. Los procedimientos son iguales, las oportunidades, ni de lejos las mismas (y si lo fueran ya llegaría un gobierno que hiciera una amnistía fiscal – perdón que no gusta esa palabra, regularización fiscal-)
- Ni siquiera fue lo mismo para mi, acceder a mis estudios universitarios que para algunos-as compañeros-as, que tuvieron que elegir entre estudiar o trabajar -por cuestión de dinero-. Esto habría que explicárselo con detenimiento al Sr. Wert, si es que alguno -a de nosotros-as estamos dispuestos a tirar nuestro tiempo a la basura.
La escuela como modelo de gestión publica que es, tiene esta idea de igualdad muy asentada, pero no sólo en cuestión de recursos sino en el trato y manera en la que se organiza el alumnado. Todos-as tienen que estar haciendo lo mismo en el mismo tiempo, todos-as tienen que cumplir los mismos objetivos – perdón, ahora son competencias-, todos-as tienen que pasar el mismo examen, las mismas pruebas,… porque eso es “ser justos”, objetivos,… la justicia escolar consiste en poner la vara de medir a la misma altura para todo-as. Café para todos-as como idea de igualdad.
Da igual que sea la mayor de las injusticias exigirnos a todos-as lo mismo, eso es lo que crea una desigualdad real. Da igual que el discurso de la diversidad, de la inclusión, esté más que integrado en nuestra legislación educativa desde hace años. La realidad de las prácticas escolares es esa, café para todos como idea de igualdad. ¿Dónde queda aquello tan bonito de respetar las características individuales, únicas y especiales de todos-as, los diferentes ritmos de cada uno-a?. Da igual, los niños-as se reparten por cursos de la misma edad (como si eso los hiciera más iguales o les diera más igualdad de oportunidades), lo que tienen que superar a final de curso es exactamente lo mismo para todos-as y si un alumno-a, el día de examen ha tenido un problema, no podemos hacerle el examen otro día porque estaríamos siendo injustos con los compañeros-as – preferimos ser sólo injustos con él-ella-.
Lo dicho, café para todos como idea de igualdad, la homogeneización como idea de igualdad. Porque, como dudarlo, ser justos es poner la meta a la misma altura, a Carl Lewis y a una persona invidente. Justicia escolar y justicia pública en estado puro.
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