Es indecente la cantidad de basura que tiene que leer uno en los periódicos. Pero si, además, te dedicas a esto de educar, me atrevería a decir que la basura que estás condenado a leer, prácticamente se triplica.
Amanecía esta mañana con esta publicación cuyo contenido no me extraña, siendo su autor quién es y viendo su trayectoria. Pero me sigue maravillando que este tipo de cosas se publiquen en medios de comunicación.
Añádele el plus de que, para “informar” u “opinar” sobre educación en un “medio informativo” parece estar todo el mundo capacitado sin necesidad de estudios que lo avalen: el conocimiento parece ser imprescindible para el alumnado, pero más que prescindible para los “periodistas”. O peor, de educación no hace falta saber… ya me espero cualquier cosa.
En cualquier caso, nada nuevo en el horizonte: el consabido relato apocalíptico de que el nivel baja, de que se regalan notas y de que el conocimiento se ha devaluado. Eso sí, sin prueba o dato alguno: creencias, prejuicios, verdades a medias y mucho lenguaje pensado para crear relato. De esto que no falte
Da igual que los datos no respalden nada de lo que se dice en el artículo, da igual que la investigación afirme que esta percepción de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” es sólo un sesgo que se repite generación tras generación, da igual que estas afirmaciones se hayan hecho toda la vida, …
Todo esto da igual, los “relatores oficiales” siguen empeñados en repetir estas afirmaciones con independencia de que tenga base científica o no. La preocupación no es por mejorar la educación, es por afianzar sus relatos y sus ideologías. Es por hacer política en el sentido más peyorativo del término.
Pero, en esta ocasión, se ha añadido un matiz más a este relato habitual. Un matiz que lleva desde que se empezó a hablar de la LOMLOE, “enseñando la patita” y que me preocupa profundamente. La anexión al relato de la coletilla: la culpa de todo es de la inclusión y la igualdad de oportunidades.
Dice nuestro «relator oficial»:
Que escribe las leyes educativas el depredador natural del profesor: políticos que escuchan a ideólogos llenos de proyectos disparatados de redención del alma a través del influjo mágico de las aulas. Es gente con muy poca conexión con la realidad pedestre del instituto, y muy poco interés por la cultura.
Porque claro, su opinión es muy docta en la realidad de las aulas (no digamos en pedagogía, psicología, sociología, …) y sus disertaciones y las de sus compañeros de armas, son asépticas, carentes de ideología: discursos de seres de luz atemporales. Así nuestro “relator oficial” se atreve a señalar culpables diciendo: “Los responsables son quienes han trabajado en la destrucción sistemática de la educación como fuente de igualdad de oportunidades. Una pista: esas personas siempre están hablando de igualdad, inclusión y aprendizaje.”
Aquí, merece la pena recordar esta cita de Inglis (1985) sobre la asepsia de algunos y la “ausencia de ideología”:
La teoría es mucho mayor que la provincia de los intelectuales… Todo el mundo tiene un conjunto de teorías, compuesto quizá por hecho y valor, historia y mito, observación y folclore, superstición y convención… Quienes rechazan toda teoría, quienes hablan de sí mismos como personas llanas, prácticas y virtuosas porque carecen de teoría están atrapados por las teorías que los atan y los inmovilizan, porque no tienen posibilidad de pensar sobre ellas y por tanta de eliminarlas. No carecen de teoría; son teóricos estúpidos
(p. 40)
En esta “ausencia de ideología” aparece el discurso de siempre. El ya clásico: La familia educa, la escuela enseña (Te dejo link a un hilo que hice en twitter sobre el tema)
Porque hemos pasado de un modelo en que la educación cívica se aprendía en casa y el conocimiento en la escuela, al modelo inverso. Hoy la escuela quiere ser, leyes mediante, un sitio donde forjar ciudadanos. Y si esos ciudadanos tienen luego unos padres cultos, tanto mejor, eso les permitirá romper el techo de cristal de la mediocridad generalizada.
Aquí, como siempre, sería recomendable recordarle al “relator oficial” que la educación pública siempre ha tenido la labor de formar ciudadanos y ciudadanas. Así ha venido siempre recogido en la ley y de hecho ese es el sentido de que exista una educación pública. Como sociedad acordamos aquellas cuestiones que deben saber nuestros ciudadanos y ciudadanas y construimos una educación pública para que las aprendan … Desde siempre, no ahora.
Así que NO, la escuela debe educar, justo por aquellos chicos y chicas que en casa no tienen oportunidad de hacerlo.
En esto consiste la igualdad de oportunidades que reza en ese “papelillo tonto” que llamamos constitución y que resulta intocable para algunos temas e interpretable para otros, según interese al relato.
Si un niño viene de una familia desestructurada… la ¿educación se la da la familia?
Trataba de explicarlo en un artículo en El Diario de la Educación:
Aquí es donde se cae el castillo de naipes de la cultura del esfuerzo: el “esfuerzo” no es el mismo para un chaval de clase media-alta con un padre médico y una madre ingeniera que tienen toda una infraestructura de apoyo y con unas altas expectativas culturales y académicas proyectadas sobre él, que para otro de clase baja que pasa todo el día al cuidado de sus abuelos junto a sus tres hermanos con los que comparte cuarto y cuyos padres pasan el día trabajando fuera en el sector servicios.
La escuela está para enseñar conocimientos porque como decía Freire, el conocimiento nos hace más libres. Pero esto no es lo que el “relator oficial” y compañía sostienen. Para ellos el conocimiento es una cuestión elitista que deriva en privilegio y que, justo por eso, mantienen con uñas y dientes (Te dejo link a hilo de twitter sobre el tema). De ahí que les moleste tanto hablar de inclusión y de igualdad de oportunidades.
Porque, además, de esta visión que tienen del conocimiento – muy parecida a la que da jugar al trivial pursuit– podríamos hablar de que, realmente, provoca poco conocimiento en el alumnado (justo por eso, hace falta hablar de aprendizaje). Ya que como hemos abordado en alguna ocasión en este blog, no es lo mismo información que conocimiento.
Sólo hay que ver la investigación que hicieron los profesores Esteve y Vera hace años ya, y que contaron en su libro: “La cultura escolar a examen. Aprobaría usted un examen de secundaria” y cuyo spoiler se hace rápido: NI DE COÑA. NADIE.
Podríamos hablar de como el «capital cultural» al que acude el “relator oficial” para justificar su postura, es justo lo que la dinamita. Ya que la reproducción y legitimación de clases sociales que hace la escuela se basa en esta visión del conocimiento elitista que propone.
De ahí que absolutamente todas las investigaciones establezcan una relación directa entre rendimiento académico y clase social. Como he explicado en alguna ocasión en El Diario de la Educación
Esta compensación de las desigualdades sociales no sólo no ocurre con el planteamiento basado en la cultura del esfuerzo, sino que, además, nos podemos encontrar con que la escuela acaba reproduciendo y legitimando dichas desigualdades (Baudelot y Establet, 1975; Bowles y Gintis, 1976; Bourdieu y Passeron, 1981; Anyon, 1983; Willis, 1988; Apple, 1991; Connell, 1999; Giroux, 2001). De este modo, lo que eran desigualdades sociales que compensar por la sociedad se convierten en diferencias académicas cuya responsabilidad, por arte de magia, ha pasado a ser individual, del alumno que no “se ha esforzado”. Da igual que dicho esfuerzo fuera una labor hercúlea para unos y una cuestión más llevadera para otros. Solo los de una determinada clase social con un determinado capital cultural, aguantan una forma de trabajar basada en la reproducción sin sentido ni utilidad, mientras que los de las clases sociales más bajas tienen la presión de su capital cultural en el sentido contrario: “Cuanto antes te incorpores a trabajar y dejes de perder el tiempo en la escuela para empezar a traer dinero a casa, mejor”.
Podríamos tratar de explicar que “el nivel” no es, en cualquier caso, el de unos pocos, el de una élite. Sino el de todo el país y que, hasta que no entró la LOGSE en vigor, no se escolarizó a toda la población hasta los 16 años.
Es decir, que antes mucha más gente estaba fuera del sistema educativo. Que por muy mal que estemos ahora con respecto a, por ejemplo, el abandono educativo temprano, en los tiempos pretéritos a los que se refiere el “relator oficial”, no estábamos mejor.
Podríamos hablar de que, si siempre se ha dicho esto, generación tras generación. Y, por tanto, se decía de la generación de los padres del relator, del relator y se dirá de sus hijos, … ¿Cómo es posible que nuestra generación haya afrontado retos tan importantes con respecto al conocimiento como el COVID? ¿Cómo es posible que nos encontremos en la época en la que más conocimiento se genera? Casi exponencialmente…
La inclusión no es una cuestión de caridad, es un derecho, reconocido, además por la UNESCO. Una práctica, además, de la que se beneficia todo el alumnado (si no, no sería inclusión). Recientemente llegaba a mis manos una publicación interesante al respecto.
Y, claro que hacen falta muchísimos recursos que no se tienen para poder llevarla a cabo de forma efectiva.
Pero, justo esta, es la característica para distinguir el relato de la preocupación honesta: no se reclama qué se necesita para llevar a cabo la inclusión, sino que se cuestiona que esta deba darse y se insinúa que es la culpable de los males educativos, que en un tiempo pretérito (hay que ser osado) no se daban. Y, para ello, se acude a todos los argumentos más rancios y sin sustento científico alguno, a los que ya nos tiene acostumbrados determinados sectores.
A partir de aquí, un par de reflexiones abiertas para terminar:
¿Por qué el empeño en crear estos relatos? ¿A quién favorecen?
Parece que a algunos les molesta que por sus discursos educativos se les llame, fachas o reaccionarios… Mi postura es que al final, como dice un buen amigo mío, si suena como un pato, anda como un pato y parece un pato…
Y, para terminar, un ad hominem que no me puedo callar: En el caso concreto de algunos citados en el artículo:
A mí me preocuparía menos lo que dice la OCDE y me empezaría a preocupar de que un señor como este me use como apoyo en sus argumentaciones…
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